Yo creo en el Evangelio. En buena parte, gracias a los grandes santos del Carmelo...
Contemplando la amplia perspectiva que me ofrecen mis ochenta años de vida, lo primero que se me ocurre es unirme a la madre de Jesús cantando su Magnificat. Porque lo mío, ahora, es sobre todo la alabanza y el agradecimiento; por todo.
Cuando hablo de alabanza y agradecimiento, pienso especialmente en dos realidades que sobresalen por encima de las demás. La primera es la de ser carmelita; la segunda, la de ser misionero. La vocación al Carmelo ha llenado mi vida gracias a mis grandes amigos y maestros Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa de Lisieux e Isabel de la Trinidad; ellos han llenado mi vida de Evangelio de tal modo que si se me pregunta: ¿en qué crees tú?, la respuesta es inmediata: Yo creo en el Evangelio. En buena parte, gracias a los grandes santos del Carmelo.
En buena parte; porque ellos no han hecho sino confirmar lo que me deparó mi experiencia de misionero en Malawi durante treinta años. Aquellas gentes, tan condicionadas en su vida por tantos y tan profundos miedos ancestrales, me ayudaron a descubrir el poder liberador del Evangelio de Jesús. Ahora, más de veinte años después de mi regreso a España, sigo sintiéndome tan misionero como antes. Veo que los cristianos de nuestros países tradicionalmente cristianos, tanto clérigos como laicos, necesitan liberarse de tantas adherencias que impiden llegar al meollo del Evangelio. Además, tenemos la tremenda realidad de unos niveles de secularización y de indiferencia ante lo religioso, que hacen que nuestra tierra sea hoy más pagana que el África que yo encontré hace más de cincuenta años.
En fin, que me considero superprivilegiado, naturalmente sin mérito alguno de mi parte, y me aplico las palabras del Señor a sus discípulos: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!
P. Angel Santesteban OCD