El propósito de la santa reformadora era: juntar a sus monjas en un pequeño convento para orar...
Ante la decadencia de la Orden que ya se palpaba sensiblemente, surgieron en muchos religiosos intentos de reforma, pero el más definitivo y eficaz fue el emprendido por santa Teresa de Jesús, en la ciudad española de Ávila. Lo que no lograron hacer los esfuerzos de hombres santos y sabios, lo pudo conseguir esta mujer contra viento y marea, gracias a la ayuda divina y el aporte de otro gran hombre y santo, San Juan de la Cruz.
Santa Teresa de Ávila había tomado el hábito carmelitano en el monasterio de la Encarnación el 2 de noviembre de 1536. Pero no estaba contenta con el género de vida que allí se llevaba. Había demasiada relajación entre las religiosas: muchas visitas, muchas salidas del convento, mucha libertad y consecuentemente, poca observancia y vida interior. Esto comenzó a preocuparle grandemente. Y "pensaba qué podría hacer por Dios, y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su Majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese"(Libro de la Vida 32,9). Nace en ella, entonces, el deseo de una fundación. Y como la voluntad del Señor era que la reforma se hiciese, por encima de muchas dificultades, murmuraciones e insultos, pues a la hora señalada se hizo. Y un 24 de agosto de 1562, se levantaba el primer monasterio reformado bajo el patrocinio de san José en la ciudad de Ávila.
Había en Salamanca un joven frailecito carmelita que andaba dando vueltas para entrar a la Cartuja. Se llamaba Fray Juan de Yepes. La reformadora se entrevista con él, le habla con entusiasmo de sus intentos y lo convence. Fray Juan sólo le pone una condición: que fuese pronto. A los pocos días - 28 de noviembre de 1568 – se abría ya en Duruelo el primer convento de Carmelitas Descalzos. Como prior fue nombrado el P. Antonio de Jesús y a san Juan de la Cruz le encarga la dirección de los novicios, aunque por el momento no había ninguno. Y así quedaban ya los cimientos de la reforma entre los frailes. La semilla arrojada por la mano de la Madre Teresa fue creciendo segura y firme, de tal manera que a su muerte ya se habían levantado 17 monasterios de monjas y 15 de frailes.
El propósito de la santa reformadora era: juntar a sus monjas en un pequeño convento para orar por tantas almas como se pierden y por los defensores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden. Es decir, un motivo de oración completamente eclesial. El ideal que la Santa buscaba en la reforma de los frailes es más o menos similar: tener defensores, predicadores y letrados de la Iglesia para la extensión del Reino de Dios y salvación de las almas; directores espirituales de sus hermanas las Carmelitas y, como un arma, la oración e intimidad con Dios.
Los primeros 10 años fueron de tremendas luchas entre Descalzos y Calzados o Padres de la Antigua Observancia, debido a incomprensiones, cuya raíz era la dudosa legitimidad de la nueva reforma. Lo cierto es que, en el Capítulo General de la Orden, celebrado en Plasencia, Italia, en 1575, los reformados fueron sometidos al viejo tronco de la Orden. Santa Teresa fue confinada en el monasterio de Toledo con prohibición de moverse de allí, y san Juan de la Cruz encarcelado durante nueve meses.
Tras muchas amarguras fue aprobada la Reforma Teresiana por la Santa Sede en 1580.
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