El vocacionado es un hombre que tiene que emprender un proceso de cambio, de conversión fuerte...
Decir sí a Jesús decírselo de corazón, algo supone, pero no todo. Una vez que se ha optado por Él y su Evangelio, la vida comienza a ser de otra manera. Es como haber nacido de nuevo. Sentirse vocacionado, llamado por Dios, supone comenzar a vivir de otra manera. Es el momento de la lucha, de los conflictos y tensiones internas. Es el momento de dejar atrás caminos trillados y poner el pie en otros nuevos. Es el momento de arrancar la vida del viejo Egipto con sus faraones opresores y comenzar la andadura de liberación hacia la tierra prometida. Pero el proceso, el camino es largo. Tan largo y duro como el desierto que se extiende entre la esclavitud y la libertad. Porque seguir a Jesús es un camino de libertad, sólo comprendido cuando se hace.
Es el momento de las RUPTURAS. El vocacionado es un hombre que tiene que emprender un proceso de cambio, de conversión fuerte. El joven vocacionado es llamado a salir de la mediocridad y empeñarse en la superación, en la escalada de la cumbre. Es llamado a cortar, a rasgar, a sangrar. Es llamado a dejar de ser él -como hombre viejo - y comenzar a ser Jesús -como hombre nuevo -. En su corazón comienza una lucha titánica, gigante, ardua, entre lo que era y lo que ahora tiene que ser. Una lucha entre la carne y el espíritu; entre las pasiones y las virtudes; entre lo fácil y lo exigente y radical. Es la pelea entre los buenos deseos que nacen en él y los malos deseos que le agarran a una vida sin complicaciones. Es la lucha constante entre la gracia y el pecado. Vivir la vocación, darle respuesta seria y responsable, supone vivir la tensión entre lo de Jesús y lo del mundo, entre los valores del Reino y los contravalores.
Es el momento maravilloso y el momento terrible. Es el momento de enfrentar la vida por el que es la Vida, o el momento de achicarse, encogerse, llenarse de miedo y dar un NO para evitar conflictos. Es el momento de responder con la vida al don regalado de la vocación. Este momento de éxodo, de salidas, de rupturas, se vuelve maravilloso cuando la fe acompaña el proceso y cuando la lucha se hace como respuesta al amor recibido. Es el momento de comenzar a vivir la "vocación como proceso".
El que ha sido llamado, el que ha sido vocacionado, tiene que romper con la familia. Es exigencia de Jesús. Romper con ese nido familiar donde se siente amparado, acariciado, dependiente. O tal vez atrapado y no lo deja ser libre. Romper con la familia que siempre ha tenido la razón en todo y siempre ha decidido por él en todo. Romper con la familia que siempre ha resuelto sus problemas y que es hora de que el vocacionado los resuelva por cuenta propia.
Romper con la familia de la que depende afectiva y económicamente. Romper con la familia que pesa, porque humanamente todo se lo debe a ella. Romper con la familia que muchas veces no tiene visión de fe de las cosas y no entiende la vocación del hijo. Romper con la familia que ya tenía sus planes, sus proyectos con el hijo. Romper, que en el lenguaje de Jesús quiere decir ponerle a Él por delante, amarle a Él más. No anteponer nada a su amor y entregarse sin reservas, rompiendo incluso consigo mismo. Este éxodo deja atrás la tierra de la esclavitud y lleva a la tierra de la libertad: Jesús.
Y TÚ, ¿QUÉ PIENSAS?
¿Qué miedos te suscita el asumir el proyecto de Jesús?
¿Qué éxodos tienes que vivir para convertirte en un seguidor de Jesús?
¿Quién ha sido guía en tu éxodo vocacional?
Escribe con el corazón.