La historia de la vida consagrada testifica modos diferentes de vivir la única comunión...
La vida religiosa es un don del Espíritu, antes de ser una construcción humana. Efectivamente, la vida religiosa tiene su origen en el amor de Dios difundido en los corazones por medio del Espíritu, y por Él se construye como una verdadera familia unida en el nombre del Señor. Por lo tanto, no se puede comprender la vida religiosa sin partir de que es don de Dios, de que es un misterio y hunde sus raíces en el corazón mismo de la Trinidad santa y santificadora, que la quiere como parte del misterio de la Iglesia para la vida del mundo.
La vida religiosa o consagrada comprendió, desde sus mismos orígenes, esta íntima naturaleza del cristianismo. En efecto, la comunidad religiosa se sintió en continuidad con el grupo de los que seguían a Jesús. Él los había llamado personalmente, uno por uno, para vivir en comunión con Él y con los otros discípulos, para compartir su vida y su destino (cf Mc 3,13 -15), para ser signo de la vida y de la comunión inaugurada por Él. Las primeras comunidades monásticas miraron a la comunidad de los discípulos que seguían a Cristo, y a la de Jerusalén como a un ideal de vida. Como la Iglesia naciente, teniendo un solo corazón y una sola alma, los monjes, reuniéndose entre sí alrededor de un guía espiritual, el abad, se propusieron vivir la radical comunión de los bienes materiales y espirituales y la unidad instaurada por Cristo.
En los siglos siguientes surgieron múltiples formas de comunidad, bajo la acción carismática del Espíritu. Él mismo, que escruta el corazón humano, se le hace encontradizo y responde a sus necesidades. Suscita así hombres y mujeres que, iluminados con la luz del Evangelio y sensibles a los signos de los tiempos, dan origen a nuevas familias religiosas y, por tanto, a nuevos modos de vivir la única comunión en la diversidad de ministerios y de comunidades.
La historia de la vida consagrada testifica modos diferentes de vivir la única comunión, según la naturaleza de cada Instituto y la peculiaridad de su carisma, como regalo del Espíritu para la Iglesia. De este modo hoy podemos admirar una "maravillosa variedad" de comunidades religiosas que enriquecen a la Iglesia y la capacitan para toda obra buena. Para llevar adelante, con discernimiento orante y leyendo los signos de los tiempos, el mensaje del Evangelio.
Así pues, una comunidad religiosa será el lugar donde la capacidad de amar y ser amado encontrará espacio para hacerlo realidad. La comunidad será el lugar donde se ponga a prueba la verdad de lo humano que llevamos dentro; la verdad de lo divino que decimos poseer. La comunidad religiosa será apoyo, para ir entrando en un nuevo estilo de vivir la familia. Más aún: la comunidad religiosa nunca será una familia como la de sangre. La comunidad religiosa nunca será un simple grupo humano cultural o religioso. La comunidad de los que siguen a Jesús es una comunidad de fe.
Y TÚ, ¿QUÉ PIENSAS?
Pídele a un consagrado que te comparta su historia vocacional, teniendo presente las luchas y las alegrías que esto implica. Saca tus propias conclusiones.